martes, 24 de noviembre de 2009
SR. PROFESOR
pues eso, nada mas.
acordaos de MUSE, LEED EL ANTERIOR POST!!!
NO PUEDO IR A MUSE!!!
erras, tu estabas interesado. no se si aunque te vayas mañana querras ir.
cris, algo me han dicho tambien.
si sabeis de alguien que le interese se lo comentais, aunque sea un tio de la calle, le dais mi telefono!
decidme algo cuanto antes porque lo voy a decir en facebook.
eskarrikasko
sábado, 21 de noviembre de 2009
Plug in City: Archigram y otros megaestructuralistas





jueves, 19 de noviembre de 2009
Yo quiero ser Chino
me lo ha pasado Maddi, y es muy bueno, es un falso Documental sobre Jose Manuel,
un español que quiere ser Chino.
Geroluego!
¡SERES HUMANOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!
Imagino que habrás deducido ya, nada más toparte con tan divertido encabezamiento, con que este post persegue un claro objetivo: presentar una lectura humanista de la obra de Karl Marx. Para ello, no por desidia ni dejadez, sino por cuestiones méramente prácticas directamente relacionadas con la extensión, recurro aquí a la conclusión a la que llegué en un trabajo sobre la obra más célebre del filósofo alemán: "El Manifiesto Comunista". Dado que el comentario es, entiendo, claro y concreto (además de fácilmente comprensible incluso para aquel que no esté familiarizado con tecnicismos filosóficos en general o, más concretamente, la obra de Marx), te lo presento sin más. En cualquier caso, y ante los recelos que puedas tener o bien por el prejucio al que me has condenado o bien por el temor de verte encandilado por mis teorías al no haberte leído tal obra, te anticipo dos cosas: en cuanto a lo primero, déjate sorprender, procuraré no decepcionarte. En cuanto a lo segundo: no temas, el comentario cita las claves del texto de Marx y en ningún momento pretendo convencerte de nada. Dicho esto:
"Cuando Karl Marx escribió esta obra, en pleno apogeo del capitalismo más bárbaro a caballo entre la ausencia de derechos del hombre y la industrialización plena, la situación de la clase obrera era más que precaria. De ahí que ante la ausencia de escrupulos por parte de los dirigentes que controlaban el capital, los vacíos o injusticias legales que paradójicamente amparaban al trabajador y la inconsistencia de un sistema económico que estaba en desarrollo, esta obra se vuelva un texto de vital importancia en el conjunto de los trabajos de Marx. Sin embargo, sus denuncias y llamamientos a la revolución reflejan mejor que ninguna otra voz de la época la sinrazón a la que estaba conduciendo el paradójico exceso en la razón práctica en el que se había fundado el sistema capitalista. Ahora bien, si bien su valor es innegable, tampoco cabe duda de que el manifiesto comunista, en la medida de que es un manifiesto que aspira a llegar a un sector social que por su amplitud y precariedad no ha tenido oportunidad de acceder a muchas fuentes de conocimiento, carece de la armadura teórica de la que gozan otras obras. En ese sentido, podría afirmarse, siguiendo a Althusser entre otros, que siendo como es el manifiesto el resultado del materialismo científico por el que Marx dilucida el socialismo científico, en él carece de esa fundamento necesario para avanzar en la crítica filosófica. De ahí que entrar a criticar aspectos concretos de la obra, siendo en cierto modo factible, no reconoce el carácter de la misma y carece de legitimidad histórica e intelectual. No obstante, en este manifiesto más que describir una situación de modo exhaustivo, se prima la función apelativa que posibilite la revolución de la clase obrera contra el opresor capitalista.
En este sentido, precisamente, entiendo que Marx yerra en un par de aspectos que aunque puedan parecer efimeros, contrastan precisamente con esa función de llamamiento del texto que si estudiaramos desde la crítica más estrictamente filosófica malversaríamos. Así, el primer punto de la crítica se refiere al capítulo tres, donde Marx trata de enfatizar los motivos por los que las diversas formas de socialismo previas (aquellas que más tarde Engels definiría como socialismos utópicos) yerran tanto en las ideas de fondo como en las referentes a la disposición. Aunque esta parte sea, al menos a priori, necesaria en la medida en que trata de constatar lo que para él no es una salida, en última instancia resulta vacía, pues no deja claro el por qué de su oposición al socialismo francés, alemán o inglés. Es cierto que las reminiscencias al pasado feudal a las que alude por un lado o el interés burgués-capitalista que se esconde detrás de estos socialismos, es algo que consecuentemente tenía que desechar como resultado de su planteamiento. El problema está en que más allá de que considera su planteamiento como válido, e independientemente de que lo defienda con más o menos atino (ya he dejado claro que esa no es la crítica que, a mi parecer, merece esta obra), no deja claro por qué esos movimientos sociaistas son malos en sí mismos. Es decir, aunque como conclusión directa a su planteamiento los socialismos llamados utópicos son negativos, no hay una mínima argumentación explícita en el texto que deje claro por qué esos planteamientos son malos en sí mismo. En este sentido, deja la puerta abierta a un fenómeno que años después florecería en los autores de la escuela de Frankfurt, cuando tras un primer período de crítica exhaustiva al sistema capitalista – una crítica en su mayor parte vertida desde una postura eminentemente comunista – pasaron a renunciar del propio comunismo para ejercer una crítica más sistemática, a todas luces objetiva y, en cualquier caso, más cohesionada. Así, pese a no poner en duda que esas criticas tienen detrás un fundamento filosófico firme (tal y como demuestra la lectura de otras obras), entiendo que Marx podía haber desarrollado ese punto con algo más de perspectiva histórica, sin caer en excesos teóricos claro está por la condiciónes intrínseca del manifiesto, para dejar claro que efectivamente aquellas otras formas de socialismo eran en sí mismas fallidas.
En cuanto al segundo punto de la crítica, puede parecer algo más frívolo, pero entiendo que no lo es tanto en la medida en que está sustentada en un desarrollo histórico que, al menos a priori, así lo demuestra. Sin embargo, hay una cuestión originaria del texto que me lleva a pensar que Marx, en su afan de cambiar las cosas, se precipitó y ejerció una tarea absolutamente contraproducente a su causa. Como ya he señalado al comienzo de este comentario, en el contexto histórico en el que Marx ejerce su crítica y desarrolla sus tesis , el capitalismo se encontraba aun en pleno desarrollo. Así, el exhaustivo análisis empírico que realizó Marx, reflexión cuyas consecuencias presentó en esta obra, fueron reconocidas, estudidas y solventadas por un sistema que aceleró así su dominio hegemónico sobre la economía y los diversos órdenes sociales. El planteamiento marxista, al no limitarse a ejercer como analista altivo (como pudieran hacer otros filósofos de igualmente críticos con el contexto histórico que vivieron, cuyo máximo exponente fue Nietszche), ejerció de predicador en terrenos ostiles. La historia vio en Marx una posibilidad que hasta él mismo señalaba como consecencia natural (y no forzada) del curso de la lucha de clases. Una posibilidad que ejerció de forma desordenada, precipitada o tergiversada, lo que derivó en una concatenación de fracasos o, como demuestra el desarrollo del siglo XX hasta finales de la guerra fria, a una polarización de la sociedad contraria al espíritu del manifiesto. Así, considero que Marx erró al querer acelerar el curso de la historia cuando él mismo sabía que la historia (tal y como se estaba desarrollando) iba a desenvocar en esa debacle por siímisma. Pero por el contrario, Marx hizo que con sus planteamientos el curso de la historia cambiara, dejando al comunismo en una situación comprometida frente a un capitalismo que supo ver en esta crítica la posibilidad de mejora que su egocentrismo le impedía atisbar.
En este sentido, podría decirse que Marx acertó en el método a la hora de medir y calcular las dimensiones de la tumba del capitalismo, pero se percipitó al cavarla y terminó cayendo en ella. La pregunta es si, tras la recesión que vivieron las ideas marxistas tras la guerra fria, no habremos llegado a una situación histórica en la que se dan las condiciones idóneas para que aquello que vaticinó Marx en su día se dé. Aunque para ello las ideas de fondo del comunismo, debidamente actualizadas, tendrían que introducirse menos abruptamente, allanando el terreno para la revolución (tal vez en un sentido más laxo de la palabra revolución, en la medida en que se refiera más a cambio que a lucha), sí, pero sin forzar ese cambio. Sólo entonces, en la medida en que alcance a contenerse podrá abrir vías positivas para un cambio del sistema (o de sistema, si en última instancia fuese necesario) que, queda claro, falla en demasiados aspectos como para quedarse como está."
En fin, podría seguir horas y horas, pero no quiero cansarte, que ya estarás bastante alienado.
Maldita sociedad capitalista que no va a darte un masaje. Y encima la gente se muere de hambre. Anda, sácate una cervecita del frigo, pon un rato la tele y échate un vicio al Pro o al Age of Empires.
Bill Gates te lo agradecerá.
Un saludo de tu fiel servidor,
Ander
Casa Barcelona
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miércoles, 18 de noviembre de 2009
La sociedad del espectáculo, Guy Debord (1967)
Este es un capitulillo de Guy Debord que me ha dicho la profe de estética que esta muy bien... ahi os lo dejo!
La mercancía como espectáculo
La mercancía no puede ser comprendida en su esencia auténtica sino como categoría universal del ser social total. Solo en este contexto la reificación surgida de la relación mercantil adquiere una significación decisiva, tanto para la evolución objetiva de la sociedad como para la actitud de los hombres hacia ella, para la sumisión de su conciencia a las formas en que esa reificación se expresa... Esta sumisión se acrecienta aún por el hecho de que cuanto más aumentan la racionalización y mecanización del proceso de trabajo, más pierde la actividad del trabajador su carácter de actividad, para convertirse en actitud contemplativa.
LUCKACS, Historia y conciencia de clase.
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En ese movimiento esencial del espectáculo, que consiste en incorporarse todo lo que en la actividad humana existía en estado fluido para poseerlo en estado coagulado como cosas que han llegado a tener un valor exclusivo por su formulación en negativo del valor vivido, reconocemos a nuestra vieja enemiga, que tan bien sabe presentarse al primer golpe de vista como algo trivial que se comprende por sí mismo, cuando es por el contrario tan compleja y está tan llena de sutilezas metafísicas, la mercancía.
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Éste es el principio del fetichismo de la mercancía, la dominación de la sociedad por "cosas suprasensibles aunque sensibles" que se cumple de modo absoluto en el espectáculo, donde el mundo sensible se encuentra reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él y que al mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo sensible por excelencia.
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El mundo a la vez presente y ausente que el espectáculo hace ver es el mundo de la mercancía dominando todo lo que es vivido. Y el mundo de la mercancía se muestra así tal como es, puesto que su movimiento equivale al distanciamiento de los hombres entre sí y respecto de su producto global.
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La pérdida de cualidad, tan evidente en todos los niveles del lenguaje espectacular, de los objetos que ensalza y de las conductas que rige, no hace más que traducir los rasgos fundamentales de la producción real que anula la realidad: la forma-mercancía es de parte a parte la igualdad a sí misma, la categoría de lo cuantitativo. Desarrolla lo cuantitativo y no puede desarrollarse más que en ello.
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Este desarrollo que excluye lo cualitativo está sujeto a su vez, en tanto que desarrollo, al salto cualitativo: el espectáculo significa que ha traspuesto el umbral de su propia abundancia; esto no es todavía cierto localmente más que en algunos puntos, pero sí lo es ya a la escala universal que es la referencia original de la mercancía, referencia que su movimiento práctico, unificando la tierra como mercado mundial, ha verificado.
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El desarrollo de las fuerzas productivas ha sido la historia real inconsciente que ha construido y modificado las condiciones de existencia de los grupos humanos como condiciones de subsistencia y la extensión de estas condiciones: la base económica de todas sus iniciativas. El sector de la mercancía ha sido, en el interior de una economía natural, la constitución de un excedente de la subsistencia. La producción de mercancías, que implica el cambio de productos diversos entre productores independientes, ha podido seguir siendo artesanal durante mucho tiempo, contenida en una función económica marginal donde su verdad cuantitativa todavía estaba oculta. Sin embargo, allí donde encontró las condiciones sociales del gran comercio y de la acumulación de capitales se apoderó del dominio total sobre la economía. La economía entera se transformó entonces en lo que la mercancía había mostrado ser en el curso de esta conquista: un proceso de desarrollo cuantitativo. Este despliegue incesante del poderío económico bajo la forma de la mercancía, que ha transformado el trabajo humano en trabajo-mercancía, en salario, desembocó acumulativamente en una abundancia donde la cuestión primaria de la subsistencia está sin duda resuelta, pero de forma que siempre reaparezca: cada vez se plantea de nuevo en un grado superior. El crecimiento económico libera las sociedades de la presión natural que exigía su lucha inmediata por la subsistencia, pero aún no se han liberado de su liberador. La independencia de la mercancía se ha extendido al conjunto de la economía sobre la cual reina. La economía transforma el mundo, pero lo transforma solamente en mundo de la economía. La seudonaturaleza en la cual se ha alienado el trabajo humano exige proseguir su servicio hasta el infinito, y este servicio, no siendo juzgado ni absuelto más que por sí mismo, obtiene de hecho la totalidad de los esfuerzos y de los proyectos socialmente lícitos como servidores suyos. La abundancia de mercancías, es decir, de la relación mercantil, no puede ser más que la subsistencia aumentada.
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La dominación de la mercancía fue ejercida inicialmente de una manera oculta sobre la economía, que a su vez, en cuanto base material de la vida social, seguía sin percibirse y sin comprenderse, como algo tan familiar que nos es desconocido. En una sociedad donde la mercancía concreta es todavía escasa o minoritaria es la dominación aparente del dinero la que se presenta como un emisario provisto de plenos poderes que habla en nombre de una potencia desconocida. Con la revolución industrial, la división manufacturera del trabajo y la producción masiva para el mercado mundial, la mercancía aparece efectivamente como una potencia que viene a ocupar realmente la vida social. Es entonces cuando se constituye la economía política, como ciencia dominante y como ciencia de la dominación.
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El espectáculo señala el momento en que la mercancía ha alcanzado la ocupación total de la vida social. La relación con la mercancía no sólo es visible, sino que es lo único visible: el mundo que se ve es su mundo. La producción económica moderna extiende su dictadura extensiva e intensivamente. Su reinado ya está presente a través de algunas mercancías-vedettes en los lugares menos industrializados, en tanto que dominación imperialista de las zonas que encabezan el desarrollo de la productividad. En estas zonas avanzadas el espacio social es invadido por una superposición continua de capas geológicas de mercancías. En este punto de la "segunda revolución industrial" el consumo alienado se convierte para las masas en un deber añadido a la producción alienada. Todo el trabajo vendido de una sociedad se transforma globalmente en mercancía total cuyo ciclo debe proseguirse. Para ello es necesario que esta mercancía total retorne fragmentariamente al individuo fragmentado, absolutamente separado de las fuerzas productivas que operan como un conjunto. Es aquí por consiguiente donde la ciencia especializada de la dominación debe especializarse a su vez: se fragmenta en sociología, psicotecnia, cibernética, semiología, etc., vigilando la autorregulación de todos los niveles del proceso.
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Mientras que en la fase primitiva de la acumulación capitalista "la economía política no ve en el proletario sino al obrero", que debe recibir el mínimo indispensable para la conservación de su fuerza de trabajo, sin considerarlo jamás "en su ocio, en su humanidad", esta posición de las ideas de la clase dominante se invierte tan pronto como el grado de abundancia alcanzado en la producción de mercancías exige una colaboración adicional del obrero. Este obrero redimido de repente del total desprecio que le notifican claramente todas las modalidades de organización y vigilancia de la producción, fuera de ésta se encuentra cada día tratado aparentemente como una persona importante, con solícita cortesía, bajo el disfraz de consumidor. Entonces el humanismo de la mercancía tiene en cuenta "el ocio y la humanidad" del trabajador, simplemente porque ahora la economía política puede y debe dominar esas esferas como tal economía política. Así "la negación consumada del hombre" ha tomado a su cargo la totalidad de la existencia humana
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El espectáculo es una guerra del opio permanente dirigida a hacer que se acepte la identificación de los bienes con las mercancías; y de la satisfacción con la subsistencia ampliada según sus propias leyes. Pero si la subsistencia consumible es algo que debe aumentar constantemente es porque no deja de contener la privación. Si no hay ningún más allá de la subsistencia aumentada, ningún punto en el que pueda dejar de crecer, es porque ella misma no está más allá de la privación, sino que es la privación que ha llegado a ser más rica.
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Con la automatización, que es a la vez el sector más avanzado de la industria moderna y el modelo en el que se resume perfectamente su práctica, el mundo de la mercancía tiene que superar esta contradicción: la instrumentación técnica que suprime objetivamente el trabajo debe al mismo tiempo conservar el trabajo como mercancía y como único lugar de nacimiento de la mercancía. Para que la automatización, o cualquier otra forma menos extrema de incrementar la productividad del trabajo, no disminuya efectivamente el tiempo de trabajo social necesario a escala de la sociedad, es preciso crear nuevos empleos. El sector terciario, los servicios, es la ampliación inmensa de las metas de la armada de distribución y el elogio de las mercancías actuales; movilización de fuerzas supletorias que oportunamente encuentran, en la facticidad misma de las necesidades relativas a tales mercancías, la necesidad de una organización tal del trabajo hipotecado.
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El valor de cambio no ha podido formarse más que como agente del valor de uso, pero esta victoria por sus propios medios ha creado las condiciones de su dominación autónoma. Movilizando todo uso humano y apoderándose del monopolio sobre su satisfacción ha terminado por dirigir el uso. El proceso de cambio se ha identificado con todo uso posible, y lo ha reducido a su merced. El valor de cambio es el condotiero del valor de uso que termina haciendo la guerra por su propia cuenta.
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Esta constante de la economía capitalista que es la baja tendencial del valor de uso desarrolla una nueva forma de privación en el interior de la subsistencia aumentada, que no está ya liberada de la antigua penuria, puesto que exige la participación de la gran mayoría de los hombres, como trabajadores asalariados, en la prosecución infinita de su esfuerzo; y cada uno sabe que tiene que someterse o morir. Es la realidad de este chantaje, el hecho de que el consumo como uso bajo su forma más pobre (comer, habitar) ya no existe sino aprisionado en la riqueza ilusoria de la subsistencia aumentada, la verdadera base de la aceptación de la ilusión en el consumo de las mercancías modernas en general. El consumidor real se convierte en consumidor de ilusiones. La mercancía es esta ilusión efectivamente real, y el espectáculo su manifestación general.
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El valor de uso que estaba contenido implícitamente en el valor de cambio debe ser ahora explícitamente proclamado, en la realidad invertida del espectáculo, justamente porque su realidad efectiva está corroida por la economía mercantil superdesarrollada: y la falsa vida necesita una seudojustificación.
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El espectáculo es la otra cara del dinero: el equivalente general abstracto de todas las mercancías. Pero si el dinero ha dominado la sociedad como representación de la equivalencia central, es decir, del carácter intercambiable de bienes múltiples cuyo uso seguía siendo incomparable, el espectáculo es su complemento moderno desarrollado donde la totalidad del mundo mercantil aparece en bloque, como una equivalencia general a cuanto el conjunto de la sociedad pueda ser o hacer. El espectáculo es el dinero que solamente se contempla porque en él la totalidad del uso ya se ha intercambiado con la totalidad de la representación abstracta. El espectáculo no es sólo el servidor del pseudo-uso, él es ya en sí mismo el seudo-uso de la vida.
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El resultado concentrado del trabajo social, en el momento de la abundancia económica, se transforma en aparente y somete toda realidad a la apariencia, que es ahora su producto. El capital ya no es el centro invisible que dirige el modo de producción: su acumulación lo despliega hasta en la periferia bajo la forma de objetos sensibles. Toda la extensión de la sociedad es su retrato.
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La victoria de la economía autónoma debe ser al mismo tiempo su perdición. Las fuerzas que ha desencadenado suprimen la necesidad económica que fue la base inamovible de las sociedades antiguas. Al reemplazarla por la necesidad del desarrollo económico infinito no puede sino reemplazar la satisfacción de las primeras necesidades humanas, sumariamente reconocidas, por una fabricación ininterrumpida de seudonecesidades que se resumen en una sola seudonecesidad de mantener su reino. Pero la economía autónoma se separa para siempre de la necesidad profunda en la medida en que abandona el inconsciente social que dependía de ella sin saberlo. "Todo lo que es consciente se desgasta. Lo que es inconsciente permanece inalterable. Pero una vez liberado ¿no cae a su vez en ruinas?" (Freud).
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En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía, de hecho, depende de ella. Esta potencia subterránea, que ha crecido hasta aparecer soberanamente, ha perdido también su poder. Allí donde estaba el ello económico debe sobrevenir el yo. El sujeto no puede surgir más que de la sociedad, es decir, de la lucha que reside en ella misma. Su existencia posible está supeditada a los resultados de la lucha de clases que se revela como el producto y el productor de la fundación económica de la historia.
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La conciencia del deseo y el deseo de la conciencia conforman por igual este proyecto que, bajo su forma negativa, pretende la abolición de las clases, es decir la posesión directa de los trabajadores de todos los momentos de su actividad. Su contrario es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma en el mundo que ha creado.
Guy Debord: La sociedad del espectáculo. Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
martes, 17 de noviembre de 2009
Festa Del Disseny

Aupa!! a algunos ya os he comentado sobre esto pero bueno...
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sábado, 14 de noviembre de 2009
LA REVELACIÓN
Son muy comunes en mi ser las crisis proyectuales, si pueden llamarse así. Ahora mismo estoy inmerso en una de ellas y aun con la entrega el lunes tampoco estoy muy preocupado, visto esta que si no no estaría escribiendo sino dándole al autoCAD. Resulta que suele pasar que a mitad del proceso del proyecto, un proyecto que normalmente ha tomado forma a base de impulsos a veces críticos, otras veces caprichosos pero normalmente con poco orden, comienzo a dudar (Podría ahora meter a Descartes de por medio pero no estoy tan creativo así que eso se lo dejo a Ander) Vamos que empiezo a pensar que mi proyecto es totalmente incoherente, formalista, poco interesante y muchas más cosas malas. Luego normalmente se arregla la cosa, suele acabar bien, o por lo menos me lo acabo creyendo. Y cuando tienes profesores tan poco críticos, con tan poca crítica pues tienes que tirar más por tu cuenta y cuesta más, pero bueno que espero que acabe bien y respecto a la entrega del lunes pues se hará lo que sea.
Todo este rollo psicoanalítico no era en realidad lo que quería escribir pero está ligado. El tema es que ayer mientras iba en el tren a Donostia “en medio de mi crisis proyectual” pase desde Zaragoza hasta Pamplona comiéndome el coco con proyectos, con Leonard cohen en el Ipod comiéndome el coco también. Y en Tafalla mande a la mierda Proyectos y me puse a leer “la casa collage” de xavier Monteys . Es un ensayo sobre la arquitectura de la casa escrito por dos profesores de la escuela del Valles que está muy muy bien. De hecho se lo recomiendo a cualquiera, no hace falta saber hablar Arquitecto. Simplemente plantea una visión alternativa a la visión que podemos tener sobre como vivir en una casa. Muy interesante. Bueno, pues pare Leonard Cohen , puse Yan Tiersen y comencé a Leer…
LA REVOLUCIÓN
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabo por volver.
Llegue a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.
Traslade la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duro me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición favorita
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejo de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Y que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese “cierto tiempo”. Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar del hinchazón de los pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez “cierto tiempo” también se mostro impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no solo no llegue a acostumbrarme al cambio –es decir, el cambio seguía siendo un cambio- sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resulto tener sus límites. Una noche ya no aguante más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario contra la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la mesa esta de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los días en los que fui revolucionario.
Slawomir Mrozek
Esto es un texto extraído del libro puede no venir muy a cuento pero me animó tanto que desaparecieron mis preocupaciones por un rato. Espero que como en el texto cuando me entre una crisis proyectual solo recuerde los tiempos en los que fui revolucionario.
(si alguien no ve la similitud entre una cosa y otra, yo tampoco la acabo de ver del todo así k no se preocupe y se quede simplemente con el texto )
viernes, 13 de noviembre de 2009
Que es de la Filmoteca de Catalunya?
Pues bien, el proyecto es de Josep Lluis Mateo, reputadisimo arquitecto Barcelones, que entre otras cosas hizo el CCIB. El proyecto en si no he podido ver mas que alguna imagen suelta, y al parecer entierra la mayoria del programa y levanta una torre pegada a la fachada sur de lo que sera la plaza de Salvador Seguí, activista de la CNT cuando respiraba.
Os dejo un video que es lo mas interesante que he encontrado. Ya estaba yo harto de no saber nada.
jueves, 12 de noviembre de 2009
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Bilbao-New York-Bilbao
Hace poco empece a leer este libro de Kirmen Uribe. No lo he terminado aun, pero me esta gustando mucho, a pesar de ser su primera novela (antes habia ganado el premio nacional de Literatura por un libre de poemas), ha conseguido gustar y tanto, que ha ganado tambien con este libro el premio nacional de Narrativa Española aun cuando no existia la traduccion al castellano.
Ultimamente se ha hecho famosete porque Patxi Lopez leyo un poema suyo cuando tomo posesion y tambien porque la COPE y La Razon se lo han pasado teta politizandolo. Pero es muy bueno. Os pongo el comienzo del libro, que es potente, en Euskera (lo siento pero en castellano no es lo mismo)
La negación de lo afirmado
El paralelismo de la primera misiva con un manifiesto - qué lejos de mis pretensiones queda tal calificativo, aunque en cierto modo resulta alagador - me ha llevado a reflexionar entorno al más conocido entre los manifiesto; el manifiesto de los manifiestos; el manifiesto de Tristan Tzara inagurando el primer - y tal vez único - movimiento vanguardista de la historia: el dadaísmo. Encuentro en este movimiento algo especialmente atractivo, no tanto por las creaciones "artísticas" que le acompañaron, sino por las reflexiones a las que su leitmotiv invita aun en nuestros días, 101 años después de su publicación (1918). Sin entrar a ahondar en su contenido explícito, este se puede resumir en las dos líneas que dominaron el movimiento en el que se iniciaron Bretón, Duchamp, Aragon, etc: una reflexión metafísica sobre el sinsentido de la vida - sin entrar en cuestiones sobre la absurdo de la existencia, como haría posteriormente la tradición francesa - y una idea crítica sobre las formas, especialmente artísticas, con las que se maquilla tal desasosiego. Así, se puede decir que el movimiento Dadaista fue, principalmente, un movimiento de negación; negación del arte, de la moral, de las costumbres, de las normas,... de la vida. No hay más que ver el último párrafo - quizás deberiá decir verso, pues posee una potencial expresivo impropio de la prosa - del manifiesto para darse cuenta de ello:
Libertad: DADA, DADA, DADA, aullido de colores encrespados, encuentro de todos los contrarios y de todas las contradicciones, de todo motivo grotesco, de toda incoherencia: LA VIDA.
La cuestión en la que me queriá centrar al citar este movimiento es la de su posible extrapolación al concepto actual de arte - en minusculas -, es decir, lo que se viene a conocer como arte contemporáneo, arte posmoderno o, más comunmente, modernuras, modernazos, "mira una moderna, mira una moderna", etc. Sin entrar a hacer valoraciones estilísticas del arte contemporáneo - que, por supuesto, reconozco desconocer -, querría centrarme más en el aspecto popular que no sólo rodea al mismo sino que además le es condición inherente y característica intrínseca - aunque en cierto modo sus abanderados se nieguen a reconocerlo -. Es decir, no me interesa tanto el paralelismo en los contenidos - que además desconozco -, sino la intención que excarvando en lo más hondo de su condición - al más puro estilo de W. Benjamin rebuscando entre la mierda - se nos presenta. Lo que pretendo, por tanto, es dejar entrever que aquello que nació en 1918 como una revuelta de la elite aburrida - se dice que el término dadá, tan vanagloriado por los posteriores "vanguardistas", surgió cuando Marcel Jank se atragantó mientras trataba de introducirse un croissant por cada orificio facial, inclusive las orejas - y que tanto bien hizo al arte y, por qué no, al mundo de la vida, está siendo erroneamente continuado hoy en día. En este sentido, considero que el posmodernismo, encarnado especialmente en la filosofía francesa y cuya obra maestra es mayo del 68, olvida por completo el mayor logro del dadaismo: mostrarnos que un movimiento cuya única razón de ser es la negación, la defensa sinsentido del propio sinsentido, tiene fecha de caducidad. Ya lo señaló André Bretón cuando, al desmarcarse del dadaísmo e iniciarse en el surrealismo, expresó: "el sinsentido llevado al sinsentido es un callejón sin salida; un corredor que gira sobre sí mismo". No quiero decir con esto que la salida que él propuso y que aquí no citaré fuese mejor que el propio dadaísmo, sino simplemente señalar que la negación por la negación termina por agotarse. Cuando en el cabaret Voltaire de Zurich o en los locales de París los dadaistas representaban el sinsentido, estaban haciendo historia. Pero no tardaron más de dos años en darse cuenta de que aquello no llevaba a ninguna parte. Porque tras ponerse en pelotas y untados en mermelada de arandanos en un escenario leyendo a Verlaine al revés, se iban a sus casa y decían: "y ahora, ¿qué?".
Por eso, las posteriores "vanguardias" - sería una tesis interesante la de plantearse si, con esa nueva condición, merecen el mismo calificativo - tenían un fin, es decir, afirmaban algo. En el caso del posmodernismo - remitiendo al concepto popular antes citado - arrastra consigo un problema: o mantiene la negación ad infinitum y cae en el sinsentido absoluto, o se afirma en forma de comercialización traicionando así su propio espíritu. En definitiva, creo que habría que abandonar la búsqueda desenfrenada de lo vanguardista, lo novedoso, la negación radical, lo rebelde, y esperar que en una búsqueda coherente nos salga de pronto un croissant por la oreja. Entonces, desde la búsqueda afirmativa, surgirán negaciones que merezcan la pena, rebeldías que serán escuchadas por la historia. Lo cual es lo opuesto a esa suerte de negación voluntaria, casi burguesa - de converse, Ipods y MACs -, de la que hacen gala algunos pseudo alternativos. No digo que haya que abandonar tales elementos, por lo demás secundarios, sino que hay que abandonar la hipocresía, reconducir la intención, y esperar que lo imrpovisado sea tan inesperado para el público como para el propio autor.
De lo contrario, seguiremos condenados a esta autocomplacencia burguesa que tanto interesa a aquellos que pretendemos criticar. Como denunciara Ribemort-Dessaiges (un dadaista algo vehemente) en relación al surrealismo, está muy bien fijar como el acto surrealista por excelencia salir a la calle y ponerse a pegar tiros indiscrimindamente, pero eso ni se hace ni, por tanto, pasa nada por decirlo.
Gracias por tu atención y perdona si me extendido,
Siempre tuyo
Ander
martes, 10 de noviembre de 2009
noh suntag "estado de excepción"







Sus series, que el artista suele desarrollar a lo largo de varios años y que están formadas por fotografías tanto en blanco y negro como en color, reflejan situaciones de conflicto en la sociedad coreana contemporánea. Estos conflictos se remontan a la división y la guerra entre Corea del Norte y Corea del Sur, las dictaduras en ambas partes del país (en el Sur, hasta 1987) y el capitalismo galopante en Corea del Sur desde la década de 1990. La imagen de Corea que nos muestra NOH es la de un constante estado de excepción.
NOH, que crea sus fotografías tanto en Corea del Norte como en Corea del Sur, está interesado en las ambivalencias y las rupturas dentro de las dos sociedades y entre ellas: su relación especular, la presencia militar y los extremismos ideológicos en ambos lados, la relación entre el individuo y las masas, y las situaciones —tanto sutiles como abiertamente violentas— que impregnan la vida cotidiana por igual en Corea del Sur y en Corea del Norte.